La Dignidad del evangelio versus la dignidad del mundo
Miguel Villela, OFS Honduras
Este es un tema que ha despertado mi interés y me ha provocado un llamado de atención moral y humano sobre la forma en que buscamos la solución a nuestras incesantes necesidades en una economía donde la competencia por el tener y el consumir nos distrae de la realidad de las condiciones existenciales de vida de nuestros prójimos y me pregunto ¿Que nos ha pasado? y ¿Que nos está pasando?
Para refrescar nuestra concepción del significado de Dignidad, me pareció oportuno citar una reflexión de los obispos de Latino américa en Aparecida, Brasil: el hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza de Dios, poseen una dignidad inviolable, al servicio de la cual se han de concebir y actuar los valores fundamentales que rigen la convivencia humana” (n. 537). ¿Se podrá vivir en convivencia fraterna en las condiciones actuales de desigualdad, violación de derechos, pobreza y corrupción, de la que todos con nuestra participación, nuestra complicidad, nuestra indiferencia, nuestro no querer salir de nuestra zona de confort y nuestro silencio hemos ido construyendo?
Desde los inicios de la humanidad, debido a las habilidades, cualidades, conocimiento, destrezas, descendencia, se han ido marcando diferencias entre los seres humanos que les permite a unos adquirir o tener más posesiones que otros y hasta cierto punto es normal y no atenta contra la voluntad de Dios, lógicamente que los valores del evangelio y la relación personal y comunal con un Dios vivo que camina con nosotros y actúa en nuestras vidas, nos invita a compartir lo que hemos recibido de Dios con aquellos menos favorecidos. Lo grave es que en nuestro tiempo estas diferencias se están agigantando al punto que mientras hay personas que mueren por no tener acceso al agua, hay personas y empresas que están comprando los derechos de agua en esos mismos lugares; hay personas que mueren de hambre, cuando somos testigos del tiempo donde se cosecha y produce más comida en el mundo; donde muchos por falta de empleo no tienen como llevar el sustento ¨digno¨ a su familia y otros tienen hasta tres empleos sin capacidad de desempeñarlos de manera justa, ética, moral profesional y eficaz, bajo la premisa de conjuntar un salario digno para atender las necesidades de su familia y todo amparado bajo el termino de libre competencia. Y este es mi motivo de asombro y la razón del por qué me atrevo a escribir esta reflexión. Pido a Dios que me ilumine, para que mis inútiles palabras, lejos de ser recibidas como crítica para dañar u ofender a alguien, sean recibidas en nuestro corazón como una pequeña provocación para despertar de esta tendencia global que nos deshumaniza y que provoca que entre nosotros estemos atentando contra la dignidad y los derechos que cada ser humano hemos recibido de Dios.
No podemos continuar de esa manera y aquí me atrevo a referirme a la realidad propia de mi amada Honduras y de la sociedad en que vivo, donde las argucias del mal y nuestra propia e interior lucha entre el bien y mal, llamado concupiscencia, han envuelto a todos los sectores que conformamos la sociedad; volviéndonos un país con grandes índices de violencia, de crimen, de corrupción, de desigualdad, de injusticia, de impunidad y de pobreza extrema.
No podemos mantenernos defendiendo solo intereses gremiales, sectoriales o regionales que benefician a un número reducido de nuestra población y que continúan incrementando la brecha de desigualdad social; tenemos que volver nuestra mirada a los más desfavorecidos, a los olvidados, a los que no tienen voz y comenzar a ser la voz de ellos y a defender sus derechos y embarcarnos en esa aventura evangélica de promover la igualdad, la libertad de oportunidades de manera ética y justa y defender y promocionar la justicia.
Es necesario frenar nuestro ritmo acelerado y competitivo de vida y volvernos a la práctica de una ambición positiva sin práctica de corrupción para alcanzar nuestros intereses y sin pasar por encima de nadie.
Es cierto que en nuestro país se necesita más generación de empleo y más desarrollo e implementación de políticas públicas que promuevan la inversión, el crecimiento, la mejora educativa, las mejoras de las condiciones de salud y los servicios públicos, pero también es cierto que debemos abandonar ese comportamiento rapaz de querer acaparar todas las oportunidades de empleo y de ingreso que se generen. Si en realidad queremos ser parte del cambio que todos queremos, debemos comenzar por nosotros mismos, volviendo en primer lugar la mirada a Dios, permitiendo que sea Él quien hable a nuestra conciencia y nos marque el camino para el cambio de rumbo que todos sin excepción necesitamos para construir un país solidario, humano, justo, con verdaderas libertades de oportunidades, con la promoción de una libre competencia profesional, ética y no voraz ni salvaje. Debemos respaldar propuestas de ley valientes que promuevan la justicia, la transparencia, que eliminen la impunidad, debemos estar presentes y participar en la defensa de derechos, debemos reconocer las buenas prácticas y denunciar la corrupción desde toda índole y desde todo nivel. No podemos ni debemos acostumbrarnos a convivir con el mal.
Nuestra realidad actual nos debe confrontar con nosotros mismos liberándonos de la costra que nos impide ver con ojos humanos y fraternos y mirar con libertad, que no es posible que mientras el 60% de nuestros hermanos se levantaron pidiendo a Dios un ¨Trabajo Digno¨ para llevar el alimento a su familia, otros estamos pidiendo a Dios ¨Otro Trabajo Digno¨ para aumentar nuestros ingresos y pasar a otro nivel donde nuestras necesidades cambian y siempre necesitaremos más, en ese círculo vicioso que nos ha llevado a una ambición desmedida que estamos llamados a frenar.
Es curioso como el termino dignidad ha adquirido diferentes significados al punto que mientras alguien aspira ganar dignamente lo necesario para alimentación otros sienten que sus ingresos que superan en proporciones desmesuradas lo necesario para las necesidades básicas, piden mejoras sustantivas para obtener salarios que si consideran ¨dignos¨. Y viene mi inquietud y entonces como puede variar tanto lo que consideramos digno de acuerdo a nuestra situación y debemos preguntarnos que estamos dispuestos hacer en la búsqueda de lo que consideramos un ¨Ingreso Digno¨.
Ningún estado ni sociedad tiene el derecho de exponer a las personas a la violación de sus derechos, a renunciar a sus valores, a la ética moral y profesional y a la profesión autentica de su fe a cambio de recibir ¨Ingresos Dignos¨ y con el alto costo de la pérdida de vidas humanas.
Debemos preguntarnos y sobretodo preguntarle a Dios donde poner un alto en esa búsqueda de ¨Dignidad Falsa o Malinterpretada¨ y aprender de Él lo que verdaderamente significa dignidad y atrevernos nadar contra corriente en la edificación de una sociedad y país más justo y más acorde a los valores del reino.
No es malo tener o querer tener haciendo buen uso de los talentos que Dios nos ha dado, pero si es grave que en esa búsqueda de tener o querer tener más, nos lleve a perder nuestra humanidad y en búsqueda de ¨condiciones más dignas¨, renunciemos voluntariamente a la ¨Dignidad con la que Dios nos ha dotado como seres creados a Su imagen y semejanza¨ y todavía más grave que para lograrla le robemos esa misma dignidad a nuestros hermanos.
Como humanidad tenemos una gran misión: Cambiar nuestras malas prácticas actuales, aprender a ver como Jesús con ojos de misericordia a nuestro prójimo, dejar de escuchar y seguir la enseñanza de este capitalismo salvaje que nos quiere deshumanizar bajo la creencia que valemos por lo que tenemos sin importar su procedencia y no por lo que somos hijos y criaturas de Dios. Debemos reaprender a incluir a Dios en las decisiones de nuestra existencia y enseñar a nuestros hijos con nuestro ejemplo que todos sin excepción compartimos la misma dignidad y que la dignidad no varía ni se acomoda a nuestros intereses y pasando encima de nuestros hermanos.
En realidad que hoy más que nunca el mensaje y misión que Jesús confío a Francisco es un grito y una misión para toda la humanidad: Repara mi iglesia que amenaza ruinas. Todos sin distingo de nuestra profesión de fe, somos parte de la Iglesia de la Casa Común que amenaza ruinas y necesita de nosotros para ser reparada con nuestros actos y nuestro testimonio, volviéndonos con nuestro ser y obrar agentes de cambio para retornar el orden temporal de las cosas y contribuir en la edificación del reino entre nosotros, demostrando que la dignidad que promueve el mundo es una aberración de la dignidad que nos enseña y que ha infundido Dios y que es inherente a nuestro ser y que compartimos con todos nuestros hermanos sin excepción.
Ya es tiempo que demos testimonio al mundo de nuestra profesión de fe, con nuestro propio testimonio, liberándonos de la esclavitud en la que nos encontramos inmersos.
Ya es tiempo que demos testimonio al mundo de nuestra profesión de fe, con nuestro propio testimonio, liberándonos de la esclavitud en la que nos encontramos inmersos.
Que nuestro señor Jesús nos de Su paz.