lunes, 8 de febrero de 2016

MI ENCUENTRO CON EL SANTISIMO SACRAMENTO (El testimonio de mi vida)

Miguel Villela OFS Honduras


MI ENCUENTRO CON EL SANTISIMO SACRAMENTO               

Antes de iniciar te invito a que juntos le demos gracias a Dios por nuestra vida, por nuestra familia, por nuestro trabajo; por todos esos pequeños detalles que en nuestro apresurado recorrer de nuestra vida, quizás nunca los hemos apreciado. Nuestro Señor, ese Dios lleno de amor y de misericordia, es un Dios dedicado y pendiente de cada una de nuestras necesidades. Él siempre nos brinda oportunidades para que aprendamos a conocerlo mejor; continuamente se nos presenta, nos habla, nos guía y nos aconseja; solo que la mayoría de las veces nuestros ruidos no nos permiten darnos cuenta de esa enorme dicha y riqueza. 
Pero no te asustes, es entendible!!!!, la mayoría de católicos concebimos un Dios mudo, sobrenatural, lejano, a quien recurrimos cada vez que estamos en aprietos o necesitamos algo; vivimos esperando manifestaciones y milagros espectaculares cuando ignoramos el milagro más grande que Nuestro Señor nos ha podido conceder: quedarse con nosotros al fin de los tiempos en el milagro del Santísimo Sacramento del Altar. Mt. 28,20. 
Muchos deseamos llegar al cielo, ser uno de los invitados al banquete de bodas Ap. 19,9. ¿Pero será necesario esperar hasta el día de nuestra muerte, para gozar y experimentar la gracia de estar frente a frente a Nuestro Señor en la gloria del cielo? Estas y más son las preguntas que vagan y viajan en nuestra mente en busca de respuestas, y por eso, deseo invitarlos a que juntos emprendamos este viaje de conocimiento y acercamiento con la gracia de Nuestro Señor, que hoy más que nunca se hace presente ante nosotros y nos permite gozar todos juntos de la gloria de la Jerusalén Celestial. 
Primero permíteme contarte un poco sobre mi vida, y como por la gracia de Nuestro Señor he ido conociendo y disfrutando de su presencia constante y como he descubierto el lugar y el momento donde podemos gozar continuamente de Él, hasta llegar a un punto de éxtasis y deleite total, que no se compara con ninguno de los platos culinarios más exquisitos que hayas probado. Al relatarte un poco sobre mi vida, y sobre lo que Dios ha ido haciendo poco a poco; no quiero que te formes una imagen o percepción errónea de mi persona: soy un ser humano que carga con sus miserias, sus pobrezas, presa de las tentaciones, en una lucha permanente, que solo encuentra su fortaleza a través de la oración y la comunicación íntima con Dios Mt, 6,6- 15. Pero, no te asustes ni escandalices, a veces caigo en descuidos, a veces se me olvida cargar con aceite mi lámpara Mt. 25,1- 13, a veces se me acaba el vino y no acudo a quien puede volver a llenar mi vasija Jn. 2,1 -7, pero que en medio de todas mis debilidades y flaquezas, cada vez crece más en mí, la certeza que Dios camina con nosotros, que Dios se hace presente en nuestras vidas, y también crece mi necesidad de Dios, mi deseo que por su gracia, Él me ayude a vaciarme de mí y me conceda poder llenarme de Él. 

Hasta el 2006 todo transcurría con la mayor tranquilidad. ¡Yo era el dueño de mi vida!, de mi tiempo; mi vida era mi trabajo, seguir estudiando y compartir con mis amigos. El domingo era para descansar, para haraganear, para pasear, para divertirme; para todo menos para ir a misa. ¿Para que ir a aburrirme, a escuchar a viejitos que a veces ni se le entiende lo que dicen?, y sin embargo podía estarme retorciendo en la cama de aburrimiento pasando de canal en canal, a veces viendo una película hasta 2 y 3 veces; pero claro, prefería disfrutar de ese aburrimiento vacío y no ir a aburrirme a la misa. Me pasaba escurriendo y zafando con excusa tras excusa de las invitaciones que me hacían para pertenecer a grupos de la iglesia: ¡Yo ir a ese grupo de jóvenes aburridos, donde cuentan chistes sin gracia y solo son cantar, hablar y servir!, yo no tengo tiempo para andar en esas cosas. Recuerdo aquella ocasión en que Alejandro (un buen amigo y compañero de trabajo), me pasaba insistiendo para que lo acompañara a las reuniones de jóvenes en la parroquia San Vicente de Paul, y al final de tanto insistir fui una vez y luego me corrí; como me decía siempre, yo no tengo tiempo para andar en esas cosas.
Igual fue cuando Christian (mi compañero y hermano de colegio), me invitaba para integrarme al grupo de jóvenes donde el asistía. ¿Qué cobarde fui en tantas ocasiones?, que creyéndome listo e inteligente, me lograba escabullir del Señor dando pretextos y pretextos, excusas y excusas, y tratándome de convencer a mí mismo de una forma racional, que ¡yo estaba bien!!!, que yo amaba a mi Señor, aunque me comunicara muy pero muy ocasional con El a través de la oración. Yo lo llevaba en mi corazón, lo respetaba y trataba de llevar una vida correcta, practicando valores morales y tantas otras cosas más; ¡y cuando podía, desde luego que iba a misa!!!, pero si no podía no había problema, porque mi Dios, nuestro Dios, siempre me acompañaba. (Si en alguno de estos puntos te identificas con mi vida, no te preocupes), Nuestro Señor es un Dios de amor y de misericordia que se ríe de nuestras ingenuidades y con paciencia como ese buen alfarero, nos va forjando y nos va transformando con tanta habilidad que uno no se da ni cuenta; solo tienes que aprender a decir Jesús en ti confío y todo lo demás se dará por añadidura. 
Ahora, después de tanto tiempo, me rio ¡porque para no ir a misa!, tuve que inventarme y experimentar casi todas las enfermedades: me duele el estómago, tengo dolor de cabeza, me duele el cuerpo, tengo ganas de vomitar, tengo diarrea y etcétera y etcétera; ¡las excusas nunca terminaban!, pero ¿Realmente a quien habré estado engañando? ¡Ah pero yo era un buen católico!, que defendía a mi iglesia frente a un hermano separado. ¿Pero realmente se podrá ¿defender aquello que no se conoce?; ¿Cómo hablarle a alguien del sabor delicioso que puede tener una comida, si jamás en la vida la hemos probado siquiera?. ¡Lo maravilloso de esto!!!, es que Dios hace las cosas nuevas todos los días y escribe recto en renglones torcidos.  
Te cuento que en ningún momento se me cruzaba por la cabeza cambiarme de ciudad, para venirme a vivir a Ocotepeque (el pueblo de mis antepasados; que está ubicado en el occidente de Honduras, y donde pasé parte de mi niñez), y mucho menos pensar que en este pueblo hermoso, tendría la oportunidad de reencontrarme con la gracia, el amor y la misericordia de ese Buen Dios: que recibe siempre con los brazos abiertos a esos hijos pródigos que se han escapado de la casa paterna. Lc. 15,11-32.
Recuerdo como el primer día: aquel momento en que Pedro (un albañil que daba los últimos detalles al local donde abriría mi negocio), después de haber recibido un fuerte llamado de atención de mi parte: me invitó a integrarme al Movimiento Familiar Cristiano. Que fino, que arquitecto más sabio es Nuestro Señor, ¡que sembrador más eficaz!, que sabe reconocer el terreno fértil, en medio de las espinas y de las piedras. Mc. 4,1-9. Sería mentiroso, si les dijera: que he tenido que hacer un gran esfuerzo de mi parte, para intentar seguir el camino de Nuestro Señor, y esto es porque todo el trabajo, la paciencia y la tolerancia para vencer mi apatía, indiferencia, egoísmo e inconstancia; la ha realizado El por mí. Él ha puesto infinidad de hermanos(as) de diferentes congregaciones, grupos apostólicos y comunidades, sacerdotes, novicios, hermanos religiosos(as), y todos sin excepción, han tocado la puerta, y todos han dejado su granito de arena.

Aun hoy, le pregunto ¿Señor, porque me has consentido tanto?, ¿Qué quieres de mí?, ¿Qué quieres que haga? ¡Él me ha permitido vivir diversas experiencias!!!, yo como decía San Francisco de Asís: ¨Poco o nada he hecho¨, y es porque Dios solo nos pide: que vayamos hacia Él Mt. 11,28, que le confiemos nuestras vidas, que le invitamos para que haga su trabajo de alfarero Jer. 18,6; lo demás corre por su cuenta y lo mejor de todo que es GRATIS.
Dios es tan maravilloso y nos conoce tan minuciosamente, que antes de siquiera pensar que necesitamos algo: ¡Él ya nos tiene preparado lo que necesitamos!, y sobretodo pone en nuestro camino, verdaderos amigos, hermanos, que aún sin saberlo, nos llenan de esperanza, de fe y de amor; y estos tres elementos son indispensables al inicio, durante y al final de nuestro caminar. 

Después de varios años, he logrado comprender que aquel día que: ¨Pedro¨, el albañil (mientras reparaba la casa), ¡Me invito a servir y trabajar como otro albañil para reparar la iglesia, siendo siervo del gran Rey!!!
¡Ese día!, fue sin darme cuenta, el primer llamado de Dios para ¡ser Franciscano!
No puedo ni describir la cantidad de puertas, invitaciones que he recibido, lo que si estoy plenamente consciente, es que no las merezco!!!, pero sin embargo, ¿Quién soy yo?, para preguntar o cuestionar. Dios sabe lo que quiere de cada uno de nosotros y solo necesita de nuestro SI, para llevar a cabo su proyecto en nuestras vidas. 
Que iba a pensar que Nuestro Señor, me iba a llenar de tantas gracias: como aquel día que al contestar un teléfono prestado, tendría la oportunidad de hablar por primera vez con el que hoy es por mucho mi amigo del alma, de la mente y del corazón, ese día a través de una llamada: El Señor puso en mi vida un amigo, un sacerdote, un consejero y un hermano, que me presento cara a cara a Nuestro Señor, que me transmitió su amor por Jesús Sacramentado, por María, por la Iglesia; el que tuvo la paciencia y serenidad de responder a cada uno de mis ¿Por qué?, de mis dudas y de mis interrogantes, el que soportó mis necedades y mis incongruencias; con el que pude experimentar el compartir y el sabor de la verdadera amistad, el que se preocupó por poner en mis manos libros y libros, que sin darme cuenta estaban nutriendo mi fe y fortaleciendo mi deseo de servir, al punto de volver a sentir la plenitud de mi niñez (cuando disfrutaba ir todos los días a misa con mi abuela Mama Gotia, cuando jugaba de sacerdote con mis amigos), y de pronto me volví a sentir en casa, libre, feliz y completo; porque solo al entregar nuestras vidas a Nuestro Señor, es que recuperamos nuestra libertad y conocemos la verdadera felicidad, y es que para esto hemos sido creados, para vivir en permanente alianza con Nuestro Creador y para hacer su voluntad; por eso María se sintió tan feliz al renunciar a su vida para recuperar LA VIDA. Lc. 1,38
 
A este punto de la historia y para evitar confusiones y malinterpretaciones: les digo que entregar nuestras vidas a Nuestro Señor, no significa que no nos vamos a equivocar, o que nos vamos a volver perfectos, como la sociedad considera la perfección; que es muy diferente, desde mi criterio personal, a la perfección que nos invita Nuestro Señor: que consiste en aprender de Él, en dejar que el único perfecto entre y anide en nuestro corazón y en nuestra alma. La verdadera perfección consiste en renunciar a nosotros mismos, para dejarnos seducir, guiar y dirigir por Dios Nuestro Señor. Mc. 8,34.
Mientras tú lo tengas en tu corazón, en tu interior, en tu alma, aunque no lo creas, ¡estarás siendo perfecto!, y cada vez que por diferentes motivos o razones lo saques o lo expulses de tu vida, acude inmediatamente al sacramento de la reconciliación: que es como una tarjeta de invitación, un mensaje por twitter, whatsapp, BlackBerry Messenger o Facebook que Él nunca rechaza, y viene de nuevo hacia ti con los brazos abiertos. ¡Así que no temas!, y ¡atrévete a entregar tu vida al Señor! 

Desde luego que entregar la vida a Nuestro Señor, significa estar conscientes que Él es el dueño de todo lo que existe, que El, está con nosotros en todo momento y ve cada cosa que hacemos; por lo que no nos queda más que confiarle nuestra vida, y abandonarnos en El, para recibir su amor y su misericordia. 
Esto me recuerda aquel día: en que en medio de mis confusiones, inconformidades por el trabajo, por no sentirme realizado plenamente, por llevar una vida sin sentido, sin dirección, tocando el suelo emocionalmente y espiritualmente, me despoje de todas mis corazas, y ahí a solas me dirigí a Nuestro Señor, para pedirle ayuda; auxilio para enderezar mi vida, para saber si aquella muchachita de 15 años, que comenzaba su vida, sin experiencia (que para nada estaba en mis planes, y que nunca había llegado a considerar como esposa y que incluso, rechazaba y molestaba), iba convertirse en la mujer que Dios había puesto en mi camino, para que fuera mi esposa, mi compañera, mi confidente, la mujer con la que tendría una familia, la mujer que un día me invito a sentir de cerca la presencia de la virgen María, la mujer que rezaba el rosario. 
Ahora me doy cuenta que ella Bianka, junto con mi primo y hermano Hafiz y mi sobrina Gotia, fueron unos Ángeles que Dios envió a mi vida, para rescatarme de una depresión, de un remolino de desconcierto, de un vacío existencial (donde no encontraba sentido a nada). En medio de ese desorden emocional, quizás sin conciencia de nuestros actos, en medio de una relación sentimental muy atípica con Bianka; guiados más por una necesidad interna de compartir, confiar y entregar la vida a otra persona; voluntariamente y luego de pedirle a Nuestro Señor, decidimos prestarnos para ser instrumentos de Dios, para concebir una nueva vida, y es así como esa muchachita, llegó a convertirse en la madre de mi hija, de mi Tete, de la niña que conquistó mi corazón y por la gracia de Dios transformó mi vida. Y hoy, después de muchos años de tropiezos, experiencias de alegría y de dolor, de forjarnos en el fuego, de acompañamientos cercanos: como el que nos brindó hermana Fabiana; esta hermana que Dios puso en nuestra vida y nos ayudó a madurar en nuestra relación conyugal, y que después continuo mi hermano y amigo del alma, mi querido Fray Leonel (nunca podré olvidar en medio de tantos momentos de compartir cuando él me dijo que tenía en una píxide, la hostia para el momento en que pudiera volver a saborear y deleitarme con el cuerpo y sangre de mi Señor ; que era algo que el sabia como mi confidente, guía y amigo que yo deseaba con todas la fuerzas de mi corazón, con una sed y una hambre que era casi incontenible e incontrolable).
Como olvidar ese momento en que junto con Bianka mi esposa: realizamos nuestra alianza de amor con Nuestro Señor y pudimos los dos juntos, después de tanto tiempo, volver alimentarnos con Su Cuerpo y con Su Sangre; para que contarles: más que una boda donde se escucharán risas y gritos, solo se escuchaba un llanto y en los presentes se apreciaban unos ojos, que no paraban de humedecerse, con las lágrimas que por tanto tiempo habían estado guardadas en el corazón para ese día. Ese momento fue indescriptible; ¡la alegría de volvernos acercar a la gracia santificante de Dios!, ¡la alegría de saber que estaba actuando de acuerdo a Su Voluntad!, ¡la alegría de mi hija, que miraba finalmente la posibilidad de crecer en un verdadero hogar!; ¡la alegría y el abrazo profundo que nos dimos con nuestro amigo sacerdote, como una forma de agradecer a Dios y decirle misión cumplida, hemos regresado a casa!; ¡las lágrimas de nuestros padrinos Jorge y Maby que también caminaron junto a nosotros!, ¡las lágrimas de mi familia, que aun cuando algunos no comparten nuestra fe, se dejaron seducir por ese momento donde el cielo se une con la tierra y nosotros seres humanos podemos experimentar la gloria de Dios en toda su majestuosidad!  
Los misterios de Dios se vuelven incomprensibles para la razón humana. Pero bueno retornando a al relato: después de despojarme de todas mis corazas, de mis cargas y sobrepesos, le pedí a Nuestro Señor que el retomará el rompecabezas en que había vuelto mi vida y Él lo comenzará nuevamente armar, para que tomará la forma que estaba de acuerdo con Su Voluntad y así pudiera discernir: si debía continuar haciendo mi vida lejos de la de mi familia y sobretodo, para saber si debía continuar en ese vacío espiritual que asfixiaba mi sed de Dios y para salirme del peor de los vicios que es el egoísmo, la soledad y la indiferencia. Y es así como poco a poco, sin darme cuenta tome decisiones que no estaban en mis planes, pero que eran la respuesta silenciosa que Nuestro Señor me estaba dando. ¡Ese fue quizás el día más feliz de mi vida, aunque tardé muchos años para saberlo y descubrirlo!; ¡porque ese día fui aquel publicano que pide compasión! Lc. 18, 9- 14, ¡porque ese día fui el centurión que confiaba en una palabra para que su esclavo sanará! Mt. 8,5- 13; ¡porque ese día sin importar ni pensar en consecuencias le abrí mi corazón, mi vida, mi alma a Nuestro Señor! salmo 50, y desde ese día mi vida empezó a tener sentido, desde ese día mi alfarero comenzó su trabajo: porque ese día me sentí en los brazos del Padre, porque ese día confié mi vida a Dios. 
Dios está con nosotros en cada momento, nos guía, nos acompaña, nos protege, nos muestra su amor; ¡solo necesitamos creer y tener fe!, por eso nos dice el evangelio que si nuestra fe fuera del tamaño de un granito de mostaza todo fuera posible, porque si hay algo cierto y real, es que para Nuestro Señor no hay nada imposible Lc. 1,37

Pidamos a Nuestro Señor, pidamos la intercesión de María, de Francisco de Asís y de todos los santos para que se aumente nuestra Fe, para que se ilumine y clarifique nuestro caminar hacia la casa del Padre: solo podemos ir caminando hacia los brazos de Jesús si tenemos Fe y Creemos, de otra forma nos perderemos en el camino o el caminar perderá su sentido. 
El catecismo de nuestra iglesia: nos enseña que La Fe es un Don de Dios que debemos pedirlo, es una gracia divina sin la cual nuestra relación con Dios se vuelve imposible. Pero además de la Fe, necesitamos tener la voluntad y disponibilidad de creer y eso depende de nosotros: con nuestro libre albedrio. De nosotros depende creer.
¡Dios puede tratar de hacer en nosotros el más grande de los milagros!, pero depende de nosotros si queremos creer o queremos seguir dudando. Gracias a Nuestro Señor, contamos para emprender el viaje: con la sabiduría de nuestra madre Iglesia, que continuamente en cada etapa de nuestras vidas a través de los sacramentos, nos invita a renovar nuestra Fe y a fortalecer nuestra voluntad de creer. Nunca tengas miedo de decir desde el fondo de tu corazón Yo Creo…..Yo Creo….Yo Creo, al hacerlo te darás cuenta que es una de las experiencias más gratificantes para el ser humano (no hay momento más sublime de la vida cuando nosotros voluntaria y conscientemente expresamos y le decimos a Dios, nuestro Padre, Creador de todo lo que existe, a su Hijo Unigénito, Nuestro Señor Jesucristo y al Espíritu Santo, El Consolador, El Dador de la vida, Yo creo en Ti, creo en la Santísima Trinidad, creo en la Iglesia que es una santa católica y apostólica). No desperdicies la oportunidad y el regalo que se te ofrece en cada misa dominical de poder profesar tu Fe, diciendo: Yo Creo, desde el fondo de tu corazón, de tu pensamiento y de tu alma y con la total convicción de que es cierta y verdadera la Fe que te honras en profesar. Por eso medita en esto: Nadie sirve a quien no ama, nadie ama a quien no conoce, Nadie conoce a quien no habla, nadie habla a quien no ve, nadie ve a quien no cree que este ahí presente. 
Después de vivir ese momento donde sentí que quité las barreras y le di permiso de libre circulación a Dios, Nuestro Señor, sin darme cuenta me vine a vivir a Ocotepeque: este apacible, tranquilo, confortable y pintoresco pueblo del occidente de Honduras, donde los seres que han significado más en mi vida y quienes forjaron mi personalidad, tuvieron sus raíces. Este pueblo donde en compañía de mi abuelo, mi Papa Carlos, pude vivir los momentos más felices de mi infancia (muchos de esos recuerdos gratos y no gratos, hoy han desaparecido de mi memoria), quizás para protegerme, quizás para que en mi corazón no hubiera espacio para albergar sentimientos que desagradan a Dios, en realidad no sé; quizás porque Dios me ha consentido como me dijo el Padre Ernesto, mi confesor y mi amigo; quien en nombre de Dios perdono mis pecados en el sacramento de la reconciliación antes de mi matrimonio, como saber; lo que sí sé, es que la presencia de Dios siempre me ha acompañado desde que abrí los ojos en este mundo y desde antes: Nací en medio de una tormenta eléctrica, en medio de un apagón eléctrico donde Dios guio a los médicos para que todo se hiciera bajo Su Voluntad; junto con mi bautismo me confirme en la Iglesia de Antigua Ocotepeque, luego anduve de trotamundos por aquí y por allá, con mi mama, mi papa y mi hermano mayor Carlos. 
Mi niñez después de aquellos días en Tegucigalpa (donde iba todos los días a misa en la Iglesita de Los Dolores, con mi abuelita Mama Gotia y compartía el hogar con mis abuelos que se esforzaban por hacerme sentir feliz y seguro), perdió ese brillo, esa luz que ilumina la vida, y poco a poco se fue volviendo vacía, egoísta, sin sentido, como que algo hacía falta. Mi mama y mi nuevo papa (a quien hasta el día de hoy le digo Papa Tony), me brindaban atención, me concedían algunos caprichos, se preocupaban por mi estudio y me daban un cierto grado de seguridad en medio de sus propios problemas: mi mama se había casado por segunda vez, después de haber tenido una relación llena de tormentas, huracanes y tsunamis con mi papa de sangre (experiencia que afecto más a mi hermano Carlos pues era el mayor, pero que a ambos nos marcó nuestra niñez). Después de esa etapa donde todavía estábamos convalecientes; mi mama decide volver a casarse y todos juntos embarcarnos en un nuevo matrimonio, donde Dios y el congregarse como familia a la iglesia nuevamente brillaban por su ausencia. 

En medio de esas aventuras de mi infancia rodeados de estudio, momentos de compartir con la familia, con mis buenos amigos, experimentando esa figura paterna de Tony (que aun hoy me ayuda y guía mucho en la vida y en medio de mis vacíos y soledad, que siempre han sido mis acompañantes fieles), fueron transcurriendo los años. Hice mi primera comunión a los quince años, porque Nuestro Señor nuevamente envío en mi auxilio otro ángel: en esta ocasión, fue mi primo Miguel que había venido de Tegucigalpa y con el que siempre me encantaba compartir para comer bolas de cereal con leche o chilaquiles con semilla de ayote que le preparaba mi querida Tía Chepita, quien muchos años después, y justo después de hacer mi profesión como franciscano seglar, me dio uno de los regalos más grandes para mi vida; me dijo: que mi abuelo, que mi Papa Carlos, ¡sonó siempre ser franciscano seglar! (Mi Papa Carlos, el hombre que forjó y marcó las primeras etapas de mi vida y con el que aún sigo añorando poder haber sostenido pláticas y platicas interminables, hasta que uno de los dos cediera al cansancio, pero que partió a la casa del padre cuando yo tenía apenas 11 años), pero bueno eso solo enriquece nuestra historia que quedo en la visita de mi primo Miguel, quien en medio de una plática, me preguntó si ya había hecho mi primera comunión y ante mi respuesta que todavía no, se ofreció para acompañarme e instruirme para recibir por primera vez el cuerpo y la sangre del Señor.  
¡Que iba a saber yo!, que muchos años después mi primo Miguel iba a continuar su labor de catequesis y formación moral y espiritual en mi vida. Que años aquellos que en medio de mis abusos, excesos de confianza y metidas de pata, tuve la oportunidad de compartir, convivir y pasar gratos momentos y experiencias con el que nunca dejaré ni me cansaré de llamar mi Tutor, mi formador: que noches aquellas donde nos desvelábamos juntos viendo el programa de TV La ley y el Orden, mientras preparábamos nuestra cena (nuestra famosa receta muy difundida hoy en toda nuestra familia ¨Chuleta a la Mikele¨).
Después de muchos años, cuando las canas han aparecido en la cabellera de los dos, he podido meditar como mi primo Miguel fue esculpiendo desde su sencillez, desde su humildad y desde su valores morales y espirituales: una guía que en medio de las dificultades y extravíos de ruta, me han servido como brújula, como guía para reencontrar el camino y como pilares indispensables para construir y sostener cada peldaño, cada ladrillo, cada cimiento de mi vida; como olvidar que a tragos y rempujones iba con él a misa todos los Domingos, como olvidar aquel momento en que me presento con el Hno. Mario Montoya en el Opus Dei y le dijo: Mario, este es mucho mejor persona que yo, palabras que han marcado mi vida, y aún hoy me sirven de soporte para no caer en las garras del mal y para luchar con la Gracia de Dios ante la tentación oculta o manifiesta. 
¡Cómo no recibí la catequesis normal con otros niños o jóvenes de mi edad!, mi primera comunión, la hice solo en la Iglesia Parroquial San José. Y ahí, después de muchos años, volví a sentir aunque por breves instantes y sin percatarme de ello, aquella felicidad y plenitud de mi niñez; luego volví a mi vida ¨normal¨. 
Con el paso del tiempo, me fui a estudiar con un amigo al Instituto Salesiano San Miguel: donde volví a saborear con más frecuencia el asistir a misa y el recibir el cuerpo y la sangre del Señor, pero aún no, con la suficiente conciencia y conocimiento. Recuerdo como desde que llegue, Nuestro Señor se valió de un nuevo hermano: Christian, para invitarme acércame más a Sus cosas; al servicio, al integrarme en grupos juveniles que continuamente evadí y rechace. Yo me estaba volviendo un hueso duro de roer para Nuestro Señor; yo era una novia extremadamente difícil, que por más que intentaba seducirme de una y otra forma, lo volvía a rechazar. ¡Que tonto fui y sigo siendo!, por rechazar las maravillas que Dios quería y quiere seguir haciendo en mi vida (si nosotros, tuviéramos un poco de conciencia del inmenso amor que Dios tiene y siente por nosotros: no actuaríamos de esa forma tan inconsciente, desinteresada e indiferente con El), pero a pesar de mi forma de ser, de mi indiferencia, de mis continuas evasiones y rechazos, Dios seguía tocando a mis puertas: ¿Quién soy yo Señor, para que te acuerdes de mí?, ¿Quién soy yo Señor, para que te compliques tanto por mí, por nosotros?; si tan solo nos diéramos cuenta que te pertenecemos, que somos de tu propiedad, que somos la herencia del Padre al Hijo; que fuimos creados a imagen y semejanza tuya, que gracias a Ti, a tu amor y a tu sacrificio, pudimos renovar la alianza con Dios y pudimos recuperar la ruta que nos conduce hacia la salvación. 
¿Por qué pasamos tratando de aferrarnos sin Ti a esta vida, cuando la vocación, misión y sentido de nuestra alma, de nuestra creación es alabarte y adorarte a ti en la verdadera vida?, ¿Por qué Señor? Perdón Señor, Perdón.
También recuerdo como me negué inventando excusas y dejándome influenciar por mis amigotes para no asistir al retiro vocacional, que aún hoy me sigo preguntando: ¿Qué habría pasado si hubiera asistido?
Al finalizar mis estudios en el Instituto San Miguel, ingresé un breve tiempo a la Universidad Autónoma y luego a la Universidad Católica. Ahí, en medio del compartir con los amigos, el estudio y mis propios vacíos, Dios volvió a quedarse guardado en algún rincón de mi corazón, donde sabía que ahí estaba, donde lo respetaba y amaba con mi forma muy peculiar de amar, pero que nunca me esforzaba por cultivar y hacer que creciera esa relación: que hasta el momento solo había sido cosa de uno y aquí entiendo la frase de San Francisco al decir: ¨El amor no es amado¨. 
Al salir de la Universidad, llenos con las expectativas que los maestros habían despertado en nosotros y con nuestros propios sueños de logros, de riqueza, de fama y de reconocimiento, creímos con mis amigos inseparables Christian, Edgar y Lester que íbamos a conquistar el mundo: pero de que vale conquistar el mundo, si Dios sigue siendo el ´Gran Ausente de nuestras vidas¨. Mc. 8,36.
Esto me recuerda, la ocasión que platicando sobre nuestras vidas, después de hace muchos años con un buen amigo de la escuela y el colegio, le pregunté ¿Cómo está tu relación con Dios? y al escuchar su respuesta, que con Dios mantenía una buena relación de negocios, que cuando él lo necesitaba, lo buscaba y Él Señor lo atendía; mi corazón se llenó de una gran tristeza y en mi memoria se revivieron todos los recuerdos del pasado, y por un instante, me pareció que era yo quien estaba hablando y finalmente logré comprender este pasaje del evangelio de Marcos donde Jesús dice: ¡De que le sirve al hombre ganar el mundo entero…..si pierde su vida!. Los seres humanos, corremos el riesgo de perdernos al creer que el éxito, el poder, la riqueza y los logros, son obtenidos por méritos propios; que son el resultado únicamente de nuestro esfuerzo y de nuestro talento. ¡Que tontos e ignorantes somos!, ¿Cómo podemos olvidar?, que todo sin excepción de nada, se lo debemos a Dios; a Él le pertenecen nuestros talentos, nuestra inteligencia, nuestra sabiduría, porque ni una hoja se mueve sino es la Voluntad de Dios.  

Regresando al relato (después de tanto laberinto de ideas y recuerdos): después de experimentar varios tropiezos, desilusiones, caídas y con la gran noticia que iba ser papa; consigo mi segundo trabajo y aquí Nuestro Señor, se apiada de mí, poniendo en mi camino un nuevo hermano para que me acerque a las cosas de Dios, mi hermano querido Alejandro, el Tigre, con el que compartimos buenos y agradables momentos: con el fui varias veces a las reuniones de grupo, pero luego de un tiempo, me volví a escabullir. Todavía seguía siendo un hueso duro de roer para Nuestro Señor. 
En mi tercer trabajo, el hermano que marcó y tuvo gran influencia de Dios en mi vida fue el Ingeniero Danilo (un hombre sabio y paciente, con fuertes experiencias de vida y un buen servidor de Dios).
 Pero no fue hasta ese momento, en que el ser humano tiene el tan llamado encuentro personal con Dios o reencuentro (que a veces nos parece hasta mentira, o propio de un cuento o de una fábula, pero que es cierto y necesario para descubrir nuestra verdadera vocación y el sentido de nuestra vida), no fue hasta ese momento, en que finalmente las seducciones de mi enamorado, surtieron efecto y sin percatarme caí en los abrazos de mi amado.
 Después de varios años de pertenecer y servir a Dios en la Iglesia y después de haberme convertido en Franciscano Seglar, he logrado entender, que aquel momento en que me despoje de todo: de mi trabajo, de mis sueños, de mis planes, en una desnudez total de mi ser, pude por fin depositarme en las manos amorosas y llenas de misericordia de Dios. Ese fue el momento en que sin barreras y sin escudos, me deje seducir, por el mejor y más encantador novio que una persona puede llegar a tener, hasta ese momento me dejé enamorar, hasta ese momento le pude dar gracias a mi novio fiel por esa persistencia, por ser incansable, por nunca darse por vencido. ¡Este es el único paso que Dios necesita de nosotros!: que doblemos nuestras rodillas, que muramos a nosotros mismos, que reconozcamos que sin Él, nada tiene sentido; que le abramos de par en par las ventanas y puertas de nuestra alma y de nuestro corazón, porque de todo lo demás, Él se ira encargando en ese camino largo que se llama conversión, y que concluye hasta ese momento feliz de nuestro tránsito, de nuestra pascua, de nuestro paso de la muerte a la vida. 
¡Hoy le doy gracias a Dios!, por todos los momentos vividos, por mi matrimonio, que poco a poco por su gracia ha pasado del tsunami a un pequeño oleaje que nunca falta entre olas bajas y altas, que son necesarias para mantener y fortalecer el dialogo como pareja. ¡También le doy gracias!, por permitirme estar, compartir y guiar a mi hija Tete, a Miguelito y hoy a Clara Sofía: mi misión como fue la de otros enviados por Dios, es la de acompañar a mis hijos, para que poco a poco vayan cimentando sus valores morales y espirituales y para que vayan creciendo y fortaleciendo su confianza en Dios.  

Que importante es la guía, ejemplo y testimonio de los padres, para que nuestros hijos no caigan presa fácil de esta cultura de muerte, de engaño, de mentira, de falsas promesas e ilusiones, de ídolos, de herejías modernas, de libertad convertida en libertinaje y de irrespeto a la vida. Hoy en día vivimos una guerra espiritual que solo fomentando: los valores, el evangelio, la enseñanza de Dios y de la Iglesia y las tradiciones en la familia, la podemos vencer.
Como olvidar aquel momento cuando en una plática íntima con mi hija Tete y donde Dios estaba presente: pude explicarle que Nuestro Señor, la segunda persona de la Santísima Trinidad, el Hijo de Dios, Dios mismo, El Verbo Encarnado, estaba presente en Su Cuerpo y en Su Sangre en la Eucaristía, en las especies del vino y del pan que al ser consagradas por el sacerdote ¨in Persona Christi, por el milagro de la transubstanciación se convierten en el cuerpo y la sangre del Señor.
Transubstanciación que palabra para costarme pronunciarla, cuando mi primo Miguel me estaba dando la catequesis de primera comunión: cuando me explico que durante la consagración, Jesús vuelve a ofrecerse en sacrificio e n la cruz por nosotros, porque nos ama y porque quiere que estemos con Él.
En ese misterio de la Celebración Eucarística, tenemos la gracia de experimentar un cruce del tiempo, donde retrocedemos en el tiempo y los que asistimos a misa y la vemos y vivimos a la luz de la Fe, podemos ser testigos, del momento en que Nuestro Señor, entrega su vida por nosotros y donde Nuestro Señor se hace presente en nuestro tiempo, para darse como alimento de salvación para todos los invitados al banquete.
  
Que importante que los catequistas además de enseñar oraciones y la sagrada escritura, transmitan su experiencia de Fe, con plena, total convicción y certeza que transmitan lo que ellos verdaderamente creen y den testimonio de lo que han visto y oído. El mundo en el que vivimos no nos permite el lujo de continuar brindando una formación teórica, sino que por el contrario debe ser una formación vivencial, encarnada del evangelio y sustentada por el magisterio de la Iglesia, para poder transmitirle y brindarle al joven una experiencia rica y nutritiva que le permita incrementar y fortalecer su Fe. Solo así podremos tener jóvenes que perseveren dentro de la Iglesia y den testimonio del paso del evangelio a la vida y de la vida al evangelio en la sociedad donde viven.

Le doy gracias a Dios por tener a nuestro tercer hijo, Miguelito el único varón en la casa, que desde pequeño (aun en el vientre de su mama), nos enseñó a luchar por la vida con su testimonio de traer enrollado en su cuello el cordón que le servía de alimento pero que también podía quitarle la vida: como olvidar que Nuestro Señor a través del hermano Chepe, nos invitó al finalizar la misa (donde Fray Roel compartió el evangelio de la ¨Pesca Milagrosa¨, donde Nuestro Señor invita a sus apóstoles a tirar la red hacia el otro lado), a tirar la red a otro lado, para buscar un hospital diferente al que teníamos elegido: que importante es estar atento a los signos, a lo que Dios quiere e intenta decirnos, si solo pudiéramos callar el ruido para escuchar la voz de Dios, las cosas serían tan diferentes.
 
Nuestro segundo hijo, es un angelito que ya se nos adelantó para estar ante la presencia del Señor con apenas seis semanas de vida, pero que también fue un instrumento de Dios para invitarnos a transmitir el evangelio de la vida y a luchar en contra de la cultura del aborto: como olvidar la expresión del doctor después del legrado a Bianka cuando le preguntamos por el niño y nos dijo que solo era un pedazo de carne que no se distinguía entre todo.
Como hemos llegado los seres humanos al punto de no valorar la vida, cuando es un don precioso de Dios que nadie tiene el derecho de quitar. Todos tenemos derecho a la vida desde los no nacidos hasta los ancianos de la tercera edad, solo Dios es el dador de la vida y solo Él puede quitarla y solo Él puede darla: como El mismo lo ha prometido al decir que todo aquel que coma Su Carne y beba Su Sangre, no morirá sino que tendrá la vida eterna.
Es muy importante que tomemos en serio la frase de la sagrada escritura que nos dice que quien recibe sin prepararse el cuerpo y la sangre del Señor recibe su propia condenación: cuando nosotros nos alimentamos con el cuerpo y sangre de Nuestro Señor Jesucristo, nosotros nos estamos volviendo en sagrarios vivientes a ejemplo de María Santísima que fue el primer sagrario viviente que contuvo durante nueve meses a Nuestro Señor. Por eso la virgen María es nuestro auxilio, nuestra abogada, nuestra intercesora para pedir misericordia a su hijo por nosotros cuando caemos en la tentación y en pecado. No te digo ni te quiero engañar, que ser Católico, que intentar vivir según la forma del santo evangelio como nos invita la regla de la Orden Franciscana Seglar o como nos invita Nuestro Señor cuando nos dice que aprendamos de Él, es un camino fácil: en el recorrido volverás y volveremos a enfrentar infidelidades, problemas, metidas de pata, fallas, volveremos a caer en el pecado, vacíos, desiertos, soledad, tristezas, alegrías; experimentaremos rechazos, incomprensiones entre nuestra familia, nuestros hermanos en la Fe, nuestros intereses irán cambiando; tendremos conflictos personales entre lo que queremos y lo que Dios quiere, algunos amigos jamás lo volverán a ser, tendremos que decir que NO a muchas cosas que nos seducen, que creemos necesitar, que mejoran nuestra posición social o nos dan la oportunidad de brindar mayores comodidades a nuestra familia; pero en todo ese ambiente de aparente renuncia o perdida, poco a poco iremos encontrando y descubriendo el amor, la paz y la fortaleza de Dios en nuestras vidas y esas renuncias que nos han costado se irán convirtiendo en ganancias, y con esto tampoco te quiero decir que el caminar del católico solo está rodeado de renuncias, de tristezas, de aburrimiento, de cero diversión. Nosotros los católicos, estamos llamados e invitados a ser la luz, el fermento, la levadura y la sal del mundo y por eso estamos llamados a estar presentes, dar y ser testimonio en las realidades temporales, por eso el católico puede y debe divertirse sanamente, escuchar música, salir a jugar o ver futbol con tu amigos, organizar o participar de una fiesta, bailar, contar chistes, reírte, tienes que vivir en el mundo marcando la diferencia. 
En conclusión, lo que si te puedo garantizar, es que después de ese momento, después de ese encuentro personal con tu Creador, con tu Redentor, con tu Consolador: las cosas no volverán a ser iguales. Después de ese encuentro, el camino a casa es más fácil, los momentos difíciles se hacen más llevaderos, el lodo es más fácil de lavar y de limpiar, los momentos de soledad se vuelven más breves, tu vida experimenta un giro de 180 grados; ya no vuelves ni quieres volver a ser el mismo.
Eso sí, cada vez que metas la pata busca y acude a la misericordia de Dios, busca el sacramento de la reconciliación, asiste a misa, no permitas que el ruido del mundo te impida asistir al banquete de bodas y poder alimentarte del cuerpo y la sangre del Señor; no te canses de pedirle a Dios que aumente tu fe, preséntate ante Dios tal y cual eres, sin miedo, sin ocultar nada, sin maquillaje, sin mascaras ni antifaces y mira cada suceso, experiencia o momento de tu vida a la luz de la Fe; si lo haces, te darás cuenta del trabajo silencioso que el alfarero, el arquitecto, el medico de las almas y de los cuerpos está realizando en ti y en los tuyos. Al mencionar esto viene a mi memoria aquel momento en Costa Rica, donde en compañía de mi querido amigo y sacerdote Leonel, estaba llorando ante el Santísimo Sacramento por la posibilidad de perder a mi familia: como olvidar aquella frase de Bianka por teléfono, cuando me dijo que si en verdad estaba experimentando una relación con Dios, ¿Por qué no me había preocupado que mi familia la experimentará conmigo?.
Como olvidar aquella invitación de mi amigo para compartir sobre el pasaje del evangelio aquel domingo; como olvidar el evangelio que Dios me había preparado donde tenía que hablar sobre el verdadero sentido del matrimonio Lc. 20,27-36 (para que por fin, me diera cuenta que el matrimonio es una alianza donde uno se compromete ante Dios para ser un puente entre Dios y su conyugue; para que a través de uno, el otro pueda acercarse a Dios y pueda alcanzar la salvación).
Como olvidar aquel momento de nuestro matrimonio, donde los dos juntos después de muchos años, pudimos recibir el cuerpo y la sangre del Señor, donde los dos fuimos apoyo el uno para el otro para poder llegar y vivir ese momento; como olvidar ver el rostro de Bianka cuando Leonel le acercó el cuerpo y la sangre del Señor.

Nuestro cuarto hijo, fue otro regalo de Dios, una pequeña luz que viene a iluminar todo lo que Dios ha ido moldeando y edificando en nuestras vidas: Clara Sofía es una renovación de nuestro matrimonio y de nuestra alianza con Dios.
Hoy en medio de mis miserias, metidas de pata, de mis pobrezas y de mis inconstancias, solo le pido al Señor, ser un inútil siervo dispuesto a reparar la Iglesia a ejemplo de Francisco de Asís; atendiendo la invitación de Pedro, El albañil y poder ser un instrumento Suyo para tocar la puerta de otros, para que así como pasó conmigo y como lo relata la sagrada escritura, después de tanto tocar la puerta, el dueño se levante y decida por el motivo que sea abrirla; lo que pase después será motivo para una nueva historia.
Lc. 11, 5-8. 
 
 
Que Nuestro Señor nos conceda su paz.
 
 





















 


No hay comentarios:

Publicar un comentario