Miguel Villela OFS Honduras
Contrario a lo que el
consumismo y las tendencias modernas nos tratan de imponer, la Semana Santa,
Gran Semana (como se conocía antiguamente), o Semana Mayor, no es un período
de vacaciones de verano o de relax para irnos a la playa o de vacaciones donde
el único interés es disfrutar de los placeres que se nos ofrecen sin
discreción.
Semana Santa es una
semana, donde se nos invita a rendirnos ante el misterio de la Misericordia de
nuestro Señor Jesús que por amor al Padre y la humanidad, entrego su vida por
nosotros y por nuestra salvación.
Relatan los biógrafos
que San Francisco de Asís lloraba al contemplar la pasión del Señor y sufría en
su interior al reflexionar, descubrir y decirse a sí mismo que ¨El amor no es
amado¨. Esta frase de Francisco representa el drama de nuestra vida
que a pesar que hemos sido creados a imagen y semejanza del Hijo (que existe antes de toda la creación y por
quien todo fue creado), todavía no hemos logrado comprender y encarnar el
sentido y el valor de Su sacrificio por nosotros: Nadie
tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. (Jn. 15,13).
En la carta para la cuaresma
con el lema “Misericordia
quiero y no sacrificio” (Mt 9,13): el Papa Francisco nos invita a
vivir con intensidad este tiempo celebrando y experimentado la Misericordia de
Dios, para luego, compartirla con gestos concretos a través de nuestro amor al
prójimo (obras de misericordia corporales
y espirituales). También nos presenta la figura de Jesús como el esposo
dispuesto hacer de todo, hasta entregar Su vida para ganarse de nuevo el amor
de la esposa infiel ¿Quién será la esposa infiel a que se
refiere el Papa?
La Semana Santa es la
celebración de la Misericordia de Dios y me atrevo a decir que la deberíamos
llamar la Semana de la Misericordia, porque Dios padre derrama en el Hijo su
misericordia ilimitada hasta tal punto que hace de Él la ¨Misericordia encarnada¨.
En la semana santa se
nos invita a unirnos a cada uno de los momentos de preparación, de angustia, de
dolor, de soledad, de desconsuelo y de tristeza (Lc.
22,42) que vivió en carne propia el Cordero, que Dios Padre
proveyó para el sacrificio (Gen. 22,8),
es por eso que cada uno de los días de la semana santa los debemos vivir con
intensidad, con conciencia de lo que estamos celebrando, con entrega, con
disposición y en un total abandono a la Voluntad de Dios que quiere, desea y
anhela actuar en nuestra vida. Cada uno de los días está lleno de la presencia
de Dios y nos ayuda para prepararnos para el siguiente.
No podemos caer en el
error de diseñar un Dios a nuestra medida, a nuestro estilo, a nuestro gusto y
a nuestra comodidad; tenemos que elegir el paquete completo. San Francisco de
Asís nos dirá: Dios es el todo, es el todo bien, el sumo
bien, el bien total, Mi Dios y Mi Todo, y para ser llamados sus
servidores y sus amigos debemos elegirlo a Él en todo momento, en los de
alegría y gozo y en los de tristeza y dolor: No hay resurrección sin la cruz y
la cruz no tiene sentido sin la resurrección. Si queremos festejar la
resurrección de Nuestro Señor tenemos que haber pasado junto a Él los momentos
de Su Pasión. Jesús nos invita a seguirlo en todo momento: Si alguno quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame (Lc. 9,23).
Participar activamente
de la semana santa, nos pone en el camino de nuestra propia conversión, es la
oportunidad de un encuentro personal con Dios que nos ayuda a definir nuestra
identidad y nuestro sentido de pertenencia a la Iglesia fundada por Él, nos da
la oportunidad de renovar nuestra alianza y sobretodo nos hace sentirnos Sus
siervos: Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el
Reino de Dios (Lc. 9,62).
Tenemos que vencer los
vicios del mundo moderno que nos enseñan que la libertad del ser humano consiste
en hacer lo que se quiera hacer y en el momento que se quiera hacer, dejando a
Dios a un lado a la hora de tomar decisiones.
Ser verdaderamente
libres desde mi definición personal, es volvernos voluntariamente esclavos de
la Voluntad de Dios (Lc. 1,38). Así que unámonos
voluntariamente a Dios y a nuestra Iglesia a participar y disfrutar de la
celebración de la Semana Santa con un corazón contrito, humillado y dispuesto.
La Semana santa da
inicio al tiempo litúrgico más fuerte del año, inicia con el domingo de Ramos y
finaliza con el Domingo de Resurrección. Todos los días de la semana son
llamados días santos y todos nos invitan a ir preparando nuestra mente, nuestro
cuerpo, nuestra alma y nuestro corazón para entregarnos por completo a Nuestro
Señor Jesús y caminar junto a Él en cada uno de los momentos de Su Pasión,
Muerte y Resurrección.
Para los católicos,
llegar a la semana santa, significa haber vivido un tiempo intenso de cuaresma,
donde se ha tenido la oportunidad de reflexionar sobre nuestra vida, nuestra
relación con Dios, nuestra miseria, nuestra condición de pecadores; donde hemos
buscado y recibido la misericordia de Dios a través del sacramento de la
reconciliación, donde nos hemos alimentado con Su palabra y con Su carne, donde
nos hemos expuesto y desnudado ante Él, sobre todo en este contexto del año
jubilar donde además del perdón de nuestros pecados, se nos perdonan también
las consecuencias de los mismos al entrar por la Puerta Santa para recibir la
indulgencia plenaria.
No permitamos que esta Semana Santa sea una semana más de
nuestra vida, aprovechemos esta oportunidad para
vivirla en familia, disfrutando y gozando de cada uno de los momentos que se
nos invita a celebrar, cada uno encierra
un misterio y un regalo de Dios para nuestra vida y para nuestro crecimiento en
la Fe. Asumamos el reto de pasar de la vida al evangelio y del evangelio a la
vida, haciendo nuestra la quinta admonición de San Francisco de Asís: Nadie se enorgullezca, sino gloríese en la cruz del Señor (Gal. 6,14).
Asumamos juntos el reto
que nos pide el Papa Francisco de hacer lío, de provocar escándalo, de marcar
diferencia. Demostrémosle a Dios, a nosotros mismos y al mundo: que elegimos
quedarnos con lo mejor, que estamos dispuestos a morir a nosotros mismos y que
podemos descubrir y dar a conocer la riqueza y el gozo de entregarnos y vivir
con pasión la Semana Santa a ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo.
Que
Nuestro Señor nos conceda Su paz.
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